Escrito por Edna Guadalupe Viveros

Durante los primeros años, la vida en la colonia Carlos Pacheco fué más que dura. Si bien algunos de los colonos eran campesinos, enfrentar las nuevas condiciones fué sumamente difícil.
Ciertamente la esperanza de prosperidad aligeró los inconvenientes del viaje, pero las ilusiones de una mejor vida se evaporaron al llegar. El sueño se esfumó, nada era como lo esperaban.
El solo hecho de cambiar de país y continente dejándolo todo, ya era suficientemente complicado; sin embargo el clima cálido y húmedo, la abundante vegetación, las enfermedades tropicales desconocidas para ellos, los insectos y fauna propios de la zona, hacían las cosas doblemente difíciles.
Las malas condiciones de la colonia se sufrieron de inmediato. Las casas y el resto de las obras no estaban terminadas, carecían de servicios, y la comida y los artículos de primera necesidad, tardaban muchos días en llegar. De Tlatlauqui a Mazatepec solo existía el camino de arria (ruta de arrieros) y en época de lluvias era sumamente complicado recorrerlo, los deslaves y desgajamientos de tierra, eran muy frecuentes (como hasta la fecha).
Aunado a esto, tuvieron que lidiar con la injusticia y el despotismo de los encargados de administrarla; especialmente con el mítico General Zavala que ha pasado a la historia por su rapacidad y tiranía.
Zavala no les entregaba a tiempo los víveres y aportaciones económicas que disponía para su beneficio de los aperos de labranza, la maquinaria y herramientas entregadas por el gobierno.
Tratemos de imaginar su vida, en rústicas cabañas, sin calles debidamente trazadas, sin agua corriente, sin luz, intentando obtener frutos de una tierra fértil, pero indómita y feraz, de la que desconocían los ciclos y en la que parecía que nunca pararía de llover.
El Messico zarpó en invierno y la ropa que portaban, adecuada para su tierra, aquí resultó poco útil. Muchas familias eran citadinas, pobres, pero acostumbradas a ciertas comodidades como los servicios existentes en los centros urbanos. Según el dicho de mi abuelo Francisco, su abuelo Giovanni Battista Borzani trabajaba en una fábrica de calcetas y tejidos. Aunque él tenía un pedazo de tierra su principal actividad no era la agricultura, y como él, muchos de los lombardos destinados a Mazatepec, eran obreros, sin experiencia en las labores del campo.
Concientes de que probablemente nunca volverían a ver sus pueblos, cada uno a su manera, trajo consigo un pequeño trozo de su antigua vida, un poco de la esencia de su tierra, un pedacito de Italia.
Algunos trajeron pequeños olivos, castaños, sarmientos de vid, semillas de trigo, maíz amarillo, de pérsimo y algunos frutos y vegetales que cultivaban y consumían en Italia; pero con el clima, muy poco pudieron cosechar. Se dice que hasta una gallina de guinea fue traída.
Esta serie de vicisitudes, hicieron que un alto porcentaje de familias desertara de la colonia buscando un mejor destino. Algunas se trasladaron a Tetéles esperando un clima más benigno, unas pocas regresaron a Italia, algunas otras se fueron a USA y a las demás colonias, sin que exista registro confiable de su destino.
Pasados un par de años, la mayoría de los colonos de Mazatepec se había dispersado. Algunos se asentaron en Puebla, Cuetzálan, la ciudad de México y otras poblaciones de la república. Con mucho esfuerzo establecieron pequeñas granjas, talleres y negocios, haciendo aportes culturales y gastronómicos a sus regiones e integrándose al paisaje nacional.